La cumparsita
La cumparsita-Orquesta Matos Rodríguez
Gracias mamá por prestarme el libro! |
Este post surgió a raíz de este otro y porque me quedé pensando que podía escribir la anécdota, (que siempre me resultó muy buena) de como se compuso "La cumparsita", está extraída del libro "De Matos Rodríguez, La Cumparsita" escrito por Rosario Infantozzi, la sobrina nieta del compositor, él estaba enfermo con 20 años y le pide un gran favor a su hermana:
"Me tomo la leche, le devuelvo el vaso y sigo con lo que estaba haciendo. Con el saco del piyama puesto Becha ya puede darse por enterada de que existo.
- ¿Qué hacés? - me pregunta, al verme manipular las tijeras y el cartón.
- Nada - contesto, misterioso, mientras mi hermana se abanica, muerta de calor -. ¿No se podrá abrir un poco la ventana?
Se hace la distraída, no me contesta y, en lugar de abrirla, me refresca con agua de Colonia. Después da vueltas por el cuarto, me arregla la ropa de cama, se agacha y recoge papelitos del suelo.
- ¿Por qué no te quedás quieta? - me impaciento - me ponés nervioso, parecés una gallina.
- Se ve que estás mejor, vos - me contesta, ofendida, y se sienta en la mecedora, y se hamaca y se abanica.
En el silencio de la habitación, lo único que se escucha es el ruido que hacen la mecedora y mis tijeras. Al cabo de un rato no puede con la curiosidad y vuelve a la carga.
- ¿Me vas a decir qué es eso?
- Cuando esté pronto.
Otra vez ruidito de tijeras y mecedora. ¿Seguirá ofendida? La miro de reojo hasta que me decido a preguntarle:
- Si te pido un favor, ¿me lo harías?
- ¿Qué favor?
- No se pregunta. Un favor se hace o no se hace.
- Está bien, si no es una locura.
- ¿Y qué sería para vos una locura?
- Y... pedirme que te deje levantar, que te abra la ventana o que te deje fumar un cigarrillo.
- O que te obligue a bailar un tango - me río, toreándola y anticipándome a su reacción.
- ¿Cómo se te ocurre decirme semejante cosa? - me contesta ofendida.
Sigue el silencio con ruidito de mecedora. Dejo las tijeras y empiezo a pegar tiritas de cartón negro sobre el cartón blanco. Después de un rato vuelvo a intentarlo.
- ¿Me lo harías?
- ¿El qué?
- El favor.
- Ya te dije que sí, ¿qué querés que haga? - me pregunta y yo le muestro mi trabajo terminado.
- ¿Ves esto?
- ¿Me vas a decir qué es?
- Un piano.
- ¡Estás loco! - dice, convencida, señalando con desdén el improvisado teclado - eso no suena.
-¿Cómo que no? Ya vas a ver como suena.
Imagino que las teclas de cartón suenan y mis dedos, obedientes, se dirigen al lugar exacto, como si estuvieran tocando un piano de verdad, mientras yo silbo una melodía conocida.
- Estás loco - se ríe Becha.
Hace cada vez más calor y las chicharras aturden con su canto, Becha sigue hamacándose y abanicándose, con los ojos cerrados. Me doy cuenta de que tengo que ganármela como aliada, si pretendo que me ayude a hacer lo que necesito hacer.
- ¿Sabés? - le confieso, con pudor, porque no sé cómo va a tomar ella mi confidencia - anoche cuando estuve tan mal, sentí cosas muy raras.
- Lo que pasa es que tenías mucha fiebre - responde, con una lógica aplastante.
- No sé... no era este cuarto ni era ningún cuarto que yo conociera... todo era distinto.
- Delirabas - se encarniza.
- Capaz... - me desespero, pensando cómo hacer para explicárselo y vuelvo a insistir - a mí me parecía que estaba caminando por el borde de un agujero negro... hondo... calentito... que me atraía y yo sentía como un vértigo.
Becha abre los ojos, preocupada, y yo me apresuro a tranquilizarla.
- Pero no me asustaba... era lindo. Yo sabía que en ese agujero había algo formidable... era muy lindo lo que sentía... Y había una música...
Ahora sí que me está prestando atención. Para Becha, como para todos en esta casa, la música es un tema apasionante.
- Una música que me daba vueltas y vueltas en la cabeza y yo me agrandaba... me agrandaba... me agrandaba de felicidad, como si fuera a explotar cuando la oía. ¡Ah!... no te imaginás... parecía que todo dejaba de dolerme y ya no me sentía mal. Ni siquiera me importaba que papá se hubiera ido.
A Becha se le llenan los ojos de lágrimas pero disimula y aprieta los labios.
- Y tampoco tenía miedo... era muy raro.
- ¿Era la que silbabas cuando yo me asusté? - me pregunta, rehaciéndose.
- Sí.
- ¿Y de donde la sacaste? - vuelve a preguntar, interesada.
- No sé... no sé de dónde la saqué... me vino nomás.
- Como a Chopin - concluye, con ingenuidad.
- Como a Chopin - me doy cuenta, con asombro.
Me mira, incrédula, y yo aprovecho para volver a la carga.
- ¿Me hacés el favor?
-¡Ufa! Ya te dije que sí.
- Bueno, ¿te parece que si yo silbo esa música y pongo los dedos en estas teclas de cartón tú te darías cuenta de qué notas son y podrías escribirlas?
Becha se encoje de hombros, como fastidiada.
- ¿Para qué querés que la escriba?
- ¿Cómo para qué? Para nada, tengo miedo de olvidármela. Ahora que se me pasó la fiebre se me está borrando y todo parece de nuevo tan común y tan corriente, que me da una pena...
Es evidente que le llegué al corazón así que se levanta, sale de la habitación y vuelve a los pocos minutos con un cuaderno de música, lápiz y goma y se sienta a los pies de la cama dispuesta a ayudarme.
Los minutos pasan, lentos y perezosos, mientras silbo, poniendo los dedos en las teclas de cartón y ella dibuja, laboriosamente, las notas en el cuaderno. Cuando silbo el acorde final, me recuesto en las almohadas, agotado pero feliz.
- Bueno - dice Becha - ahora lo menos que podés hacer es silbar esto todo entero para ver qué fue lo que escribí ¿no?
Hago lo que me pide, sabiendo exactamente qué es lo que va a pasar.
- Pero... - descubre mi hermana, indignada - Becho, ¡esto que me hiciste escribir es un tango!
Y se ofende para toda la vida."
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